Cortauñas

Si hay un momento que un padre primerizo teme, es el de cortar las uñas a su bebé. Y si no lo teme, es que no corre sangre por sus venas. Cuando te enfrentas a esta situación por primera vez, si pudieras elegir, volverías a examinarte de Selectividad antes que vértelas con esos veinte afilados cúmulos de células muertas ricas en queratina. Nunca encuentras el momento, y lo postergas sine die, pero las uñas de tu hijo ya alcanzan la consideración de arma blanca, sus arañazos en la cara son indisimulables y la gente pregunta si tenemos gato o si nos llevamos al niño a recoger moras, así que te armas de valor y coges el cortauñas.

Si tuviera que comparar la manicura infantil con algo, sería con la típica escena de las películas de acción en la que el protagonista tiene que desactivar una bomba adornada con cables de muchos colores y una pantalla con grandes números rojos (para que se sepa cuándo va a explotar). Ahí está el tío, con unos alicates como única herramienta, pensando qué cable cortar para no hacer detonar la bomba. Como además es novato, o no ha visto una bomba en su vida, necesita el asesoramiento de un veterano que le va guiando por radio, pero como los «malos» siempre ponen el artefacto en los sitios más recónditos, la señal se pierde y tiene que apañárselas solo. Por fin, se decide a cortar el primer cable. La pantalla de la bomba parpadea un momento y la cuenta atrás se detiene. Parece que lo ha conseguido, pero era una trampa: ahora el tiempo avanza más rápido…

La tensión de cortar las uñas es igual o superior a la de esas escenas. Tu hijo duerme (porque no hay momento mejor para atreverse a hacerlo). Tiene ese sueño ligero fácilmente perturbable que tan bien conoces. Y ahí estás tú, con un cortauñas como única herramienta. Como eres novato, intentas contactar con Mamá, para que te asesore y dices: «No sé si cortar primero la del meñique o la del pulgar», pero la comunicación se ha perdido, Mamá ha ido un momento al salón, así que estás solo en esto. La postura que adoptas parece sacada del juego «Twister». Las gotas de sudor se deslizan por tu frente hasta acabar encontrando tus ojos, lo cual dificulta todavía más la tarea. No quieres traer a la mente determinados recuerdos, pero te viene la imagen de la última vez, cuando le pillaste un poco de piel con el cortauñas y se despertó llorando. La mano temblorosa se acerca a su diminuto dedo, colocas el cortauñas, ejerces presión, cierras los ojos y… ¡clic!… Tu hijo sigue durmiendo y tú respiras aliviado. Pero todavía quedan 19 uñas más. Con la siguiente, repites la operación. Te dices a ti mismo que si lo has hecho una vez, puedes hacerlo diez, veinte, treinta, o las que sean, así que vuelves a apretar el cacharro con determinación y… ¡clic!… ya está. Pero esta vez, algo va mal… tu hijo se agita, cierra los dedos y entreabre los ojos. No era una trampa: debía de estar soñando con la última visita al pediatra. Poco a poco, vas avanzando en tu misión. Como te vas viendo más seguro, y le vas cogiendo el tranquillo al asunto, decides lucirte y apurar más, para que la uña quede más corta, o tratas de hacer un corte más recto, sin picos. Esto, trasladado a la escena de la película de acción, sería como si el protagonista, fuera sobrado y se pusiera a pelar los cables antes de cortarlos o a sacar brillo a la pantalla de los numeritos rojos para que se vieran mejor.

Una tras otra, las uñas van cayendo. Todavía te llevas tres o cuatro sustos más, antes de terminar. Pero acabas. Reestableces la comunicación con Mamá, que ya ha vuelto del salón, intentas poner una voz a lo Bruce Willis y le dices: «Lo conseguimos. Estamos salvados».

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6 respuestas a Cortauñas

  1. Mamá de A dijo:

    Bruce Willis no te llega a la altura de los zapatos 😉

  2. Aurora dijo:

    Jeje! Y eso que ahora todavía no se desplaza, verás cuando tenga capacidad de escaparse!

  3. Yo ya se las he cortado 5 o 6 veces,,, y sigo temiendo el momento 🙂
    Gran Blog
    Te seguimos!
    Carlos, Carlitos y Mer

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