Laissez Faire, Laissez Bouger

Emmi Pikler fue una pediatra húngara que, en los años 30 y 40 del siglo pasado, estudió los efectos del internamiento de niños de 0 a 3 años en orfanatos donde los cuidadores se limitaban a ofrecer atenciones rutinarias y alimento, sin crear ningún tipo de vínculo estrecho con los bebés. Observó que los niños criados en estas condiciones y sin una figura de referencia, años más tarde, tenían grandes dificultades para establecer relaciones afectivas. Cuando fue nombrada directora del Instituto Loçzy, en Budapest, renovó todo el personal (y sus ideas) y comenzó a aplicar un innovador método, basado en una manera diferente de ver al niño, para evitar que se produjeran carencias emocionales en los niños huérfanos a los que acogían.

Su teoría se basa en dos pilares: una atención privilegiada del adulto hacia el bebé y una visión del mismo como un ser autónomo. Considera que si el niño se siente afectivamente seguro (porque se le proporcionan los cuidados que requiere y se le ofrece un trato respetuoso y amoroso), y disfruta de un entorno adecuado (en el que también se sienta seguro, físicamente hablando), podrá desarrollarse en el campo de la motricidad y el juego sin intervención directa del adulto, puesto que encontrará placer en sus acciones, acumulará experiencias y conocimientos sobre el mundo y sobre sí mismo, y podrá descubrir sus capacidades y sus límites.

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Esto, en la práctica, se traduce en que el adulto no debe intervenir limitando el movimiento del pequeño, forzando algunas posturas o adelantando otras que no corresponden a su etapa de desarrollo. Es frecuente que se coloque a los bebés en posiciones que ellos aún no pueden adoptar y de las que tampoco pueden salir por sus propios medios. Así, los tumbamos boca abajo cuando tumbados boca arriba tienen más libertad de movimientos; los sentamos cuando sus pequeños músculos aún no están preparados para hacerlo; los sujetamos de pie  aunque sus piernas no puedan sostener su peso; y les «ayudamos» a «aprender a andar» cogiéndolos de las manos, cuando todavía se sentirían más cómodos gateando. Por no mencionar nuestra manía de cogerlos en brazos cuando están en pleno movimiento, acercarles los objetos hacia los que se dirigen, o levantarlos cuando se caen e intentan incorporarse ellos solos.

Todo esto, dice Pikler, tiene sus consecuencias: el niño al que se le ha mostrado la verticalidad cuando su naturaleza pedía horizontalidad, ya no se sentirá cómodo tumbado y pedirá permanecer en posición vertical, pero sus músculos trabajarán más de la cuenta por tratarse de posiciones forzadas para su cuerpo. Por otra parte, al ser colocado en una postura a la que no habría llegado por propia iniciativa, depende del adulto para cambiarla. Y, finalmente, el adulto, al adelantar movimientos, impide que el niño alcance una amplia gama de posturas intermedias importantes para su desarrollo motor.

Pero, si se le permite, si se le deja hacer, el niño es capaz de alcanzar cada postura por sí mismo, y es cuando el movimiento surge de su propia iniciativa, cuando puede generar una seguridad y una confianza en sus capacidades que le lleven a intentar alcanzar nuevas posturas.

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Como padres, Mamá y yo somos piklerianos convencidos. Es cierto que, como solemos poner en cuestión todo lo que cae en nuestras manos, nos surgen dudas a la hora de llevar a la práctica los criterios anteriores. De hecho, nos gustaría hacer algunas preguntas prácticas a la mismísima doctora Pikler, si eso fuera posible (no hablamos húngaro y la pobre mujer falleció hace casi 30 años). Preguntas como por ejemplo: «Emmi, ¿cómo consigues sacar los gases sin recurrir a la verticalidad?» o «Cuando a nuestro hijo le viene un reflujo y parece que se atraganta, ¿tampoco se le puede incorporar?» 0 «¿No se debe poner nunca al niño en una postura que no ha alcanzado por sí mismo o se trata de no hacerlo de manera continuada?». Sácanos de dudas, Emmi.

Supongo que la clave está en no obsesionarse, en confiar en nuestras capacidades como padres y en lo que hemos aprendido para seguir una pauta general que, inevitablemente, en algún momento, tendrá excepciones. Lo que sí tenemos claro es que intentaremos intervenir lo menos posible en el desarrollo de nuestro hijo, que no forzaremos su postura para que se siente cuando aún no esté preparado, ni adelantaremos el momento de empezar a andar, mientras sus piernecillas no se sujeten por ellas mismas. Imagino que, en nuestro empeño, tendremos que luchar contra varios factores: por una parte, nuestras ideas preestablecidas que -quieras que no- están ahí, y que te hacen desear ayudar a tu hijo aunque él no lo necesite. Por otra parte, la «presión social» que llegará en forma de comentarios del tipo: «¿No es demasiado mayor para gatear?», «Ponlo sentado, que estará más cómodo» o «Pero… ¿con 14 meses todavía no anda?».

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En relación con esto último, me doy cuenta de que alguien que lea todo lo anterior puede pensar: «Bueno, eso que dice esta señora Pilsen, Pincher- o como se llame- está muy bien, pero ha habido miles de millones de niños a lo largo de la historia cuyos padres y madres no han seguido este enfoque, y su desarrollo motor ha sido correcto (o más que correcto)». Cierto. Pero, llegados a este punto, me gustaría poner el acento en el aspecto que considero más crucial de todas las ideas de Emmi Pikler, y es que, «ayudando» a nuestros hijos a moverse, les estamos quitando la satisfacción por el logro, la alegría de haber alcanzado cada postura por ellos mismos, y el orgullo por haber intentado y conseguido algo de lo que ayer, no eran capaces. O, en palabras de la propia Emmi:

A lo largo del desarrollo de sus movimientos, el niño aprende no sólo a girarse y a dar vueltas, ir a cuatro patas, levantarse o caminar, sino que también aprende a aprender. Aprende a estar ocupado con algo, o a interesarse por algo, a intentar, a experimentar. Aprende a conocer la alegría y la felicidad que significan su éxito, es decir, el resultado de su propia y paciente constancia.”

(*) Todos los dibujos que acompañan este post pertenecen al libro «Moverse en libertad» de Emmi Pikler.

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3 respuestas a Laissez Faire, Laissez Bouger

  1. Miriam dijo:

    Me gusta! Te hace pensar… Nosotros somos partidarios de escuchar la opinión del bebé, le cambio de postura si no le gusta le dejo en paz cómo estaba. Felicidades por el blog!

  2. Pingback: ENFOQUE PEDAGÓGICO de EMMI PIKLER: UNA MANERA DE MIRAR AL NIÑO. | La casa de mamá pongo

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